CONSTITUYENTE

Durante mi presentación en el foro organizado por la Cámara de Empresarios del Combustible en Junio del 2017, dije que uno de los aspectos más entronizados en la psique y conducta del costarricense moderno es el "no se puede" y todo lo que esta frase significa y genera. Nos sumimos en discusiones estériles cuando nos enfentamos a las posibilidades del "cambio positivo" que muchos sectores de nuestra población exigen. Y es que hay todo tipo de trabas que pueden provenir desde el ordenamiento constitucional y jurídico, o desde grupúsculos y/o individuos satisfechos y usufructuantes del statu quo, o desde el poder e influencia de grupos feudales interesados en obstaculizar el proponer, generar y realizar cambios que a todas luces el país necesita. En otras palabras, tenemos un país esencialmente entrabado. Claro, esa referencia la hice con respecto a la propuesta de referendum para la apertura del mercado de los combustibles, pero aplica practicamente para todo lo que se refiere a nuestra vida diaria como a la actividad del Estado, o sea, a toda la actividad institucional que le da ejecución a nuestro concepto de Estado. En este punto, y como comentario adicional, debo de hacer referencia a una expresión de uno de los personeros de RECOPE presente en ese foro y que dijo, literalmente, "nosotros NO tenemos miedo al cambio NI a competir". Pues bien, esa es una actitud encomiable y que - en esos momentos - me daba esperanzas de que no todo estaba tan mal como había pensado, a no ser que solo fuese una expresión vacía, sin contenido, sin convencimiento y dicha al calor del debate para salir al paso, cosa que 5 años después se ha confirmado.

Pero, además del clásico "no se puede" hay que agregar, y con sobrada razón, la desconfianza patológica del tico hacia todo lo que representa la clase política, ascentuada ésta por la decepción ciudadana porque no se dislumbran cambios generacionales en los cuadros dirigenciales superiores de los partidos políticos nacionales y porque, cada vez más seguido, la oferta electoral partidaria es más mediocre que la anterior. Pareciera que los notables, con muy raras excepciones, se extinguieron en el planeta político costarricense. Esto ha provocado que se entronice en la conciencia popular la generalización de que todo lo que tenga que ver con alguna propuesta de un sector político es, de antemano, corrupto o como mínimo "un contubernio supeditado a intereses espureos creados desde Lomas de Ayarco, pasando por Zapote y terminando en Rohrmoser". Hay una profunda desconfianza ciudadana que nos está hundiendo. Necesitamos, y de urgencia, recuperar la confianza en nuestro país y en nuestras instituciones pero, sobre todo, en nosotros mismos.

Lo que sí es obvio, a pesar de los tiempos confusos que vivimos y de las dicotomías que han y siguen fracturando nuestro tejido político y social, es el hecho de que tenemos que hacer "algo". Cambiar nuestro rumbo. Cambiar nuestra brújula porque, definitivamente, no nos está marcando bien el norte. En esto practicamente todos estamos de acuerdo. Ahora bien, ese "algo", ese "golpe de timón" para algunos, incluyéndome, es una Asamblea Constituyente, para otros lo son reformas parciales a la actual CP y reformulación de varias leyes estratégicas como la Ley de Administración Pública; y para otros la alternativa es el dejar las cosas como están y solo bastaría con exigir decoro, honestidad y transparencia en el ejercicio del poder político porque, se alega, es desde esta raíz donde se generan TODOS los males que sufre nuestro país y, sobre todo, por la ineficiencia, el gasto público, el endeudamiento nacional y, encima y sobre todo, la corrupción.

Lo importante es que las diferentes perspectivas están en la mesa y eso, definitivamente, enriquece el debate y nuestra democracia. Alguna de todas, necesariamente, deberá de convertirse en realidad. De mi parte espero que NO sea la última y, más bien, espero que ésta sea el resultado de cualquiera de las dos anteriores, pero principalmente de la primera: una Constituyente.

En lo personal he llegado al convencimiento de que una Constitución es mucho más que solo una base política (la cual, de todos modos, es incuestionable que hay que reformar), sino que sobre todo es la Lex Magna desde donde se desprende todo el funcionamiento y reglamentación del aparato estatal: el poder legislativo, el poder ejecutivo, el poder judicial, las instituciones autónomas, el TSE, el régimen municipal, la funcionabilidad presupuestaria, el escenario hacendario, la Contraloría General de la República, etc. Y la verdad es que, nos guste o no reconocerlo y al menos para este opinólogo (como me dicen algunos), todo nuestro sistema está desfasado, carcomido por dentro y plagado de instituciones extractivas que ya no responden a las espectativas y necesidades no solo de la ciudadanía, sino tampoco a las exigencias de los tiempos modernos y globalizados que nos han tocado vivir.
Una nueva Constitución Política no significa el tomar la actual y archivarla o desaparecerla y redactar una completamente nueva. No es un borrón y cuenta nueva. Ni la del 49 fue completamente nueva, y por el contrario, por medio de ella nos han llegado muchas directrices constitucionales que se traen desde el siglo XIX, y principalmente de la Constitución Política de 1871 (que dicho sea de paso, fue pionera para su época). Debemos, y de hecho podemos, tomar muchas de las cosas buenas que tiene nuestra actual Ccontitución Política y mantenerlas, pero necesariamente se debe de diseñar un cuerpo constitucional que también considere elementos propios de la Costa Rica del siglo XXI la cual, definitivamente, no es ni la Costa Rica del siglo XIX, ni la de los 1940s ni la de los 1960s o 70s. Nuestra Constitución política es una de las más antiguas de América Latina, superada en edad por la de México y Argentina, aún y cuando estas dos han tenido reformas constitucionales profundas para adaptarlas a los tiempos modernos.

Nuestra Costa Rica, esta que estamos viviendo, es una realidad que está confundida y confusa, es una nación con groseros contrastes que está en los albores de grandes transformaciones que van desde las áreas políticas, cívicas, económicas, fiscales, financieras y tecnológicas hasta los espacios sociales, familiares, éticos y morales. La esencia de nuestros tiempos es el cambio continuo y acelerado; y es por ello que se hace imperativoa una propuesta Constitucional que no solo sea sólida para proteger nuestro modelo democrático, sino lo suficientemente flexible como para que nos permita adaptarnos con agilidad a las exigencias de los tiempos globales que nos definen hoy y en el futuro de mediano y largo plazo. Nuestra actual Constitución Política, que hay que reconocer que nos ha servido bien y de la que hay que preservar lo bueno que incuestionablemente tiene, cada vez se torna más desfasada en varios de los aspectos vitales que definen la vida moderna: agilidad y eficiencia del Estado, estructuración y reglamentación del ejercicio del poder ejecutivo, legislativo y judicial, el funcionamiento del TSE y la Sala IV, erario y presupuesto nacional, la incontestable diversidad y pluralismo social, derechos humanos, seguridad nacional y ciudadana, revolución tecnológica, servicios institucionales, política fiscal y muchos otros. Es una obligación histórica que, tarde o temprano, debemos de enfrentar y solucionar y es, además, el legado que debemos de dejar a las futuras generaciones de costarricenses.

Debemos de pensar y discutir seriamente lo que vamos a hacer, y tenemos que hacerlo YA. El tiempo sigue corriendo y el nadadito de perro que nos caracteriza puede ser un arma no de doble filo, sino una espada de Damocles que pende amenazante sobre nuestra forma de vida y sobre nuestra democracia e institucionalidad. No podemos seguir con esa parsimonia ni con nuestros infundables temores al incuestionable cambio que necesita urgentemente nuestro país. Nuestra historia patria nos demuestra que los costarricenses, cuando enfrentados a la necesidad de realizar los cambios requeridos por las circunstancias históricas predominantes, tuvieron la valentía de hacerlos. Costa Rica desde el Pacto de Concordia de 1821 hasta la actual firmada en 1949, ha tenido 15 Constituciones Políticas. O sea, nuestra historia constitucional ha sido variada y pletórica. Y hoy estamos ante profundos paradigmas y cambios globales que nos exige adaptarnos, reformarnos y... perdurar.


Es hora de que entendamos que nuestra CP de 1949 nos dio una fuerte base que generó estabilidad política, social y económica y, al menos en mi opinión, una perspectiva atemporal de estabilidad que sicologicamente nos condiciona a la animadversión al cambio, sea este de cualquier naturaleza, pero sobre todo al constitucional.

Al final de cuentas, el frío no está en las cobijas, sino en nosotros mismos.



Comments

Popular posts from this blog

CONFESIONES DE UN POLICIA MILITAR COSTARRICENSE

LA IMPORTANCIA DE LOS IMPUESTOS

¿CERRO DON JOSE MARIA FIGUERES EL FERROCARRIL?