HABIA UN PAIS...

Había una vez un país que era ejemplo para el mundo por su concepción democrática, por ser socialmente inclusivo, por su naturaleza pacifista y por su empeño y enfoque en su desarrollo tanto humano como económico. Ese país, minúsculo de territorio continental pero grande por su territorio soberano, tenía y tiene enormes riquezas, siendo su gente la principal de todas ellas. Gente ingeniosa, valiente y emprendedora. Ese país, colocado por las fuerzas de la naturaleza y la historia en una zona geográfica llena de conflictos políticos y bélicos, supo evadirlos y diferenciarse de sus vecinos y emprender, gracias a ello, el camino que, como ya fue dicho, fue motivo de honra y respeto por parte de la comunidad internacional.

Pero he aquí que, en algún lugar temporal de su devenir, las cosas empezaron a cambiar en ese país y ya no para mejorar, sino para involucionar. En algún momento de su historia ese país fue traicionado y empezó a perder su rumbo, al punto de que hoy ese país ejemplar ya no es lo diferente de sus vecinos que una vez fue y, por el contrario, es cada vez más parecido a ellos. Ese país… se centro- americanizó.
Sus casi 5 millones de habitantes son ahora prisioneros de unos cuantos grupos con enorme poder económico, financiero, político y judicial que, sumados, no podrían ser ni el 0.5% de su población, pero que controlan la totalidad del país y lo esquilman inmisericordiosamente. Y esos grupos se han apoderado de la institucionalidad de ese país y, desde ya hace varias décadas, lo han mantenido bajo un ataque continuado y masivo no solo para monopolizar el poder político, sino para usufructuar impunemente del mismo. En el proceso han negociado y acordado componendas ya fuese con las organizaciones sindicales y gremiales y con el estamento empresarial, sino también con los medios masivos de información para, al mismo tiempo, extender sus tentáculos a lo largo, ancho y profundo de la institucionalidad de ese país y disimular sus fechorías.
Ese país cayó en las garras y fauces de una corrupción traidora, de una inseguridad ciudadana criminal, de una insufrible inoperancia institucional, de la desidia y la garrapatería burocrática, de la opacidad y la desconfianza judicial, del compadrazgo y el nepotismo y, para peor de males, en una inexplicable inacción ciudadana que lo inhibe y limita para ejecutar los cambios que su sistema exige para enderezar el rumbo.
Ese país sufre una de sus peores crisis de identidad y credibilidad y, al mismo tiempo, de una severa mediocridad de liderazgo político; la cual es de tal magnitud que es prácticamente imposible encontrarle parangón en toda su historia republicana. Y lo más escandaloso es que, a sabiendas de toda esta problemática, muchos de sus ciudadanos o se refugian en un conformismo insultante, o apelan a la intimidación, a la manipulación, al populismo y a la politiquería partidaria para justificar todos los males que aquejan a su país, y para acallar aquellos que levantan la voz de la denuncia. Incluso hay voces inteligentes – y que se creen de criterio independiente - que llaman a la cordura y a la confianza en un anquilosado, cómplice y corrupto sistema judicial o en un pétreo sistema constitucional como panacea para todos los problemas que el país sufre, mientras en sus propias narices todo se derrumba irremediablemente. Voces inteligentes que, a pesar de sus buenas intenciones, le hacen el juego a los oscuros intereses que han irrespetado, robado y postrado a ese paraíso tropical.
Ese país, al que alguna vez llamaron la Suiza Centroamericana, está a pocos pasos de caer en un abismo político, social, jurídico y económico de proporciones bíblicas. Y todos sus ciudadanos, incluyéndome, somos y seremos cómplices de este crimen ya sea por acción, por omisión o por indiferencia sino reaccionamos y actuamos de forma contundente.
Ese país al que, seguro estoy de ello, muchos lo amamos honestamente, es el que tenemos que rescatar. Es el que debemos de hacer NUESTRO. Es al que le debemos la IMPOSTERGABLE misión de devolverle su prestigio, su democracia, su empuje y liderazgo. Le debemos nuestro compromiso de recuperarlo, no para revivir añejas glorias, sino para construir glorias nuevas.
A ese país, nuestro país, le debemos un compromiso generacional e histórico de incalculables efectos: el refundar toda su estructura constitucional y, en base a ello, el reconstruir toda su grandeza. No será nada fácil pues hay enemigos poderosos que parasitan a la sombra de un sistema caduco, pétreo e insalvable y que harán todo lo que esté a su alcance para evitar que el estatus quo y su zona de confort les sean arrebatados. Por ello debemos aspirar al mejor cambio posible y NO tener temor de hacerlo. Lo contrario solo traerá drama, crisis y violencia a un país que se precia de pacifista e inteligente.
Una nueva Constitución Política, la fundación de la III República y la modernización de toda su expresión institucional, política, social, fiscal y jurídica es la solución que ese país, nuestro país, necesita urgentemente.
No tengamos ningún temor de hacerlo y, por el contrario, confiemos en nuestras enormes capacidades como pueblo heredero de una larga y sólida tradición democrática y republicana.
¡El momento ha llegado! ¡Y ese momento es ahora!

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