¿POR QUE NO SOY ATEO?

No lo soy porque, simplemente, tengo FE; entendida esta como creencia y con la cual se llena la vida de esperanza y conocimiento. Tengo FE porque, como decía Kant, la razón pura no puede probar ni la existencia de Dios ni la inmortalidad, como tampoco puede probar su imposibilidad. Y el pragmatismo inherente a la razón, que es por el cual vivimos e interactuamos unos con otros y con la realidad que nos rodea y descubrimos, me indica que tengo una conciencia que me hace distinguir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto y, específicamente, entre creer y no creer. Esto por cuanto, solo un ser racional es capaz de creer o no creer, de ser creyente o ateo. Y solo un ser racional es capaz de entender que su imperativo moral es ser todo lo bueno que le sea posible pues, con ello y en ello, se fomenta y justifica el bien común supremo de la humanidad.

Pero, si solo un ser racional es capaz de creer o no creer, como es posible entonces, que existamos gente que creemos? Si observamos la naturaleza con la fría lógica de la razón pragmática, encontraremos que en la misma hay una ausencia total de Dios, y además que, en la misma, no hay pruebas convincentes de la existencia de Dios y de la inmortalidad. Asimismo, y de acuerdo a nuestra incontestable experiencia, a la naturaleza le importa nada el que todos estemos sujetos a un destino común: nuestra propia muerte. Entonces, como puede ser que sea un creyente en la existencia de Dios y de la inmortalidad si la misma naturaleza me condiciona a ser un no creyente?
Precisamente por el hecho de que la muerte es inevitable, es porque creo. El ser humano, al menos en su aplastante mayoría, tiene un profundo e ineludible deseo de no dejar de existir. Es ante este misterio que nace el salto de la FE. Porque la FE, y repito, entendida como creencia de la que emana la esperanza, es una expresión profundamente humana que brota del sentimiento y de la emoción, no de la razón. Ante la desesperanza de sabernos finitos, es la FE que viene en nuestro rescate. Porque, paradójicamente, nuestra vida acaba cuando hemos aprendido a vivirla. Si no hay una vida posterior a la muerte física, un futuro en el cual la virtud y la felicidad puedan estar plenamente correlacionadas, entonces nuestro sentido de la moralidad y la justicia, sea de un creyente o no, se convierte en un fraude. Por ello, nuevamente con Kant, si nos tomamos seriamente la esperanza de que habrá justicia en lo que respecta a nuestra vidas y nuestra forma de vivirlas, hemos irremediablemente de postular una vida posterior y, si hay una vida posterior, ha de haber un Dios lo suficientemente bueno y poderoso que la provea. Nuestro deber NO es creer en Dios y en la inmortalidad. Nuestro deber es solamente ser buenos y muchos ateos pueden ser muy buenos. Pero si queremos que nuestras creencias sean consistentes con las demandas de nuestra naturaleza moral, entonces hemos de postular a Dios y la inmortalidad. Y si tenemos FE, vamos más allá de tomarlos como postulados y procedemos a aceptarlos como verdaderos. La inmortalidad del alma justifica, por consiguiente, la existencia de Dios y viceversa.
Como decía Unamuno: “No creer que haya Dios o creer que no lo haya es una cosa y conformarse con que no lo haya es otra, aunque terrible e inhumana. Pero NO QUERER que lo haya excede a toda monstruosidad moral, aunque de hecho, los que reniegan de Dios es por la desesperación de no encontrarlo”.
Cómo di ese salto hacia la FE? Claro que tuve las enseñanzas originales de mis padres, de mis maestros en la escuela y de las monjas franciscanas en secundaria. Pero llegó un momento en mi vida el cual tuve que decidir si aceptar ciegamente todo lo que se me había enseñado, incluido el muchas veces intolerante y vengativo Dios del Antiguo Testamento, o cuestionarme todo lo que ello significaba y, por consiguiente, elegir entre creer o no creer. Elegí tomar el salto hacia la FE. Y esa fue una decisión consciente y basada, como cualquier otra decisión, en el misterio del libre albedrío; un misterio que, como decía Martin Gardner, me resulta inseparable de los misterios del tiempo y la causalidad y del misterio de la voluntad de Dios.
Como ya habrán comprobado, soy un teísta. Soy un teísta católico y no veo absolutamente ninguna contradicción entre lo uno y lo otro. Creo en Dios y en la inmortalidad del alma, pero no soy ni asiduo practicante ni tampoco soy un defensor a ultranza de la Iglesia Católica, la cual a final de cuentas, no deja de ser una organización humana. Y como toda organización humana, sujeta a las vicisitudes de las relaciones de poder y de jerarquía, de virtud y pecado, de honestidad y corrupción. Soy sinceramente incapaz de aceptar que las atrocidades cometidas por la iglesia sean obras de Dios más si de humanos que perdieron lo más valioso de su imperativo moral, y por ello, no acepto en absoluto el ataque inmisericorde contra la iglesia católica como justificante del ateísmo. Justificar el ser ateo en esas atrocidades es como justificar mi FE en las atrocidades cometidas por Mao, Stalin, Pol Pot o Idi Amin Dada. Y eso no es más que fanatismo e ignorancia. Ser una persona de FE o no serlo es un acto de profundo humanismo.

Y eso, obviamente, merece respeto.

Comments

Popular posts from this blog

CONFESIONES DE UN POLICIA MILITAR COSTARRICENSE

LA IMPORTANCIA DE LOS IMPUESTOS

¿CERRO DON JOSE MARIA FIGUERES EL FERROCARRIL?