REFLEXIONES EN TIEMPOS DEL COVID-19

Durante estos días aciagos me he ido sumiendo, cada vez más, en profundas reflexiones. A veces embargado de tristeza ante el sufrimiento y de ira ante la impotencia. Otras, lleno de la vivificante fuerza espiritual que da la esperanza. Otras doblegado por la indignación por la soberbia política ante los enormes desafíos – de toda índole - que se nos han presentado de forma tan abrupta en estos últimos meses. Nuestro país está siendo sacudido hasta sus cimientos tanto por abusos políticos, como por problemas en nuestra economía y, ahora, por la real amenaza de la pandemia COVID-19. O sea, una tormenta perfecta.Tenemos, no me cabe duda alguna, que potenciar nuestra inteligencia social y nuestro altruismo nacional ante la enormidad de los mismos.


Anoche salí a caminar para ordenar tanto mis pensamientos como mis sentimientos sobre las crisis que vivimos – una de salud pública, que es global, y las otras de índole política y económica gestadas por nuestra propia desidia e irresponsabilidad y que es muy probable – y sin ser fatalistas - se agraven como consecuencia de la primera. La insondable noche de verano se prestaba para la reflexión pues estaba tachonada de estrellas y de una luna que empezaba a ocultarse en su lado oscuro, aunque aún iluminaba con fuerza el firmamento.

Y, créanme… me sentí pleno. Sentí el universo en mi y yo en él. Sentí esa profunda convicción de pertenecer y de estar conectado a toda la creación. Sentí la embriagante vibración de ser polvo de estrellas y ser, de una manera absoluta, tan grande como el universo. Sentí, por fin, el soplo divino y renovante de la esperanza, aquella que nunca muere y que nunca nos ha traicionado. Sentí un profundo respeto y amor por mi Patria y mis compatriotas, hoy todos juntos enfrentados a días difíciles... en realidad...

 ¡Muy difíciles!

¿Qué hacer ante la obvia crisis de salud pública que nos amenaza? ¿Qué hacer ante la eventual agudización de nuestra crisis económica? ¿Qué hacer ante el escándalo UPAD y el problema político generado “torpemente” desde el mismo seno del poder como lo es la Casa Presidencial?

Sobre el problema político ya se ha hablado bastante y ya es hora, ante la eventualidad que vivimos, de dejar de lado las críticas y las politiquerías de todos los bandos involucrados, pero siempre con el ojo avizor pues – y seamos realistas – no faltará quien o quienes quieran aprovechar estos momentos de incertidumbre para sacar réditos políticos personales o partidistas e, inclusive, para solapadamente promover sus ambiciones o disimular sus culpas.

Es un hecho que, personalmente, me es imposible hacer nada para detener la crisis de salud pública que está causando el COVID-19, excepto confiar en nuestras autoridades y en nuestro sistema de salud pública; y confiar que éstas están haciendo lo mejor posible para minimizar el impacto. Mi responsabilidad como ciudadano, en consecuencia, es cumplir con los lineamientos que estas autoridades indiquen y cooperar en todo lo que se me pida para que mi entorno cumpla de igual manera. Si todos hacemos lo mismo, es muy posible que salgamos triunfantes de este aciago momento que vive nuestro país. Y el hacer lo responsable no solo va para la ciudadanía en general, sino para nuestras autoridades políticas también. En otras palabras: TODOS debemos de enfocarnos y no distraernos con chapuzadas ni maquinaciones politiqueras distorsionadoras de esa unión que como nación hoy tanto necesitamos. Todos: los sindicatos (más patriotismo y muchísimo menos sectarismo dogmático), la prensa (muchísimo menos amarillismo y más seriedad, profesionalismo y guía), la Asamblea Legislativa (menos política partidista y más enfoque y conciencia patriótica), el Poder Ejecutivo (menos torpezas y más ejecutividad y eficiencia emanadas del respeto por la sabiduría y la experiencia combinadas con el empuje y el frescor de las nuevas generaciones), y nosotros los de a pie, compromiso total e incuestionable responsabilidad y – muy importante – no generar caos y “fake news”). El caos y el pánico son combustibles para la anarquía.

Y, hablando de autoridades políticas, es imperativo que las mismas – junto con un panel de expertos de lo más selecto del país - preparen un plan de emergencia completamente despolitizado y que nos sirva de guía ante una posible agudización de la crisis económica que, de todos modos, ya vivíamos mucho antes de la llegada del COVID-19 a nuestro país. Desde hace años, y particularmente en estos últimos meses, nos hemos sentido huérfanos de una política de reactivación económica coherente, realista y realizable. Esto es imperativo debido a la disrupción que definitivamente causaría una agudización del impacto que puede tener la crisis de salud pública causada por el COVID-19 que, de hecho, ya estamos presenciando efectos preocupantes en el desempeño de nuestro escenario social y económico.

También es absolutamente vital el entender que el planeta, sumido en los enormes problemas que está causando esta pandemia, ya está reaccionando hacia un proteccionismo que, definitivamente, nos afectará irremediablemente. De continuar el ritmo actual, nos veremos enfrentados a reducciones de nuestras exportaciones, disminución pronunciada del turismo y de la IED; así como a otros problemas muy series como lo son el incremento del desempleo y la pobreza, que ya nos han venido afectando seriamente. Podríamos estar ante un escenario – Dios no lo permita - similar a la crisis del 2008-2009 o, peor aún, similar a la de principios de la década de los 80s del siglo pasado.

¿Qué hacemos? ¿Sugerencias?

Los ticos tenemos una particularidad, entre muchas, y es aquella de que todo lo criticamos y para todo tenemos propuestas, aunque no las hagamos públicas. Y yo no soy la excepción. Sería muy lastimero el quejarse y no traer o proponer ideas de soluciones para justificar la queja o la crítica. Es un imperativo moral el hecho de que, al tiempo que se crítica, también se propongan alternativas, por más descabellada que pueda ser una idea. Hay ejemplos de ideas descabelladas que, en un momento y ante una circunstancia particulares, funcionaron. El ferrocarril en Gran Bretaña y el sistema de alcantarillado subterráneo de Londres son ejemplos históricos del siglo XIX.

Nuestro ordenamiento Constitucional (artículo 180) y nuestra estructura jurídica (ley 8488 de Emergencia Nacional) nos pueden dar el marco necesario para poder reaccionar de forma inteligent y contundente. Esto implica que el Poder Ejecutivo, vía Decreto, puede proceder con la Declaración de Estado de Emergencia cuando el país se vea enfrentado a circunstancias de guerra, conmoción interna y/o calamidad pública. Y el COVID-19, más el estado paupérrimo de nuestra economía, podría perfectamente encajar o cumplir con los requisitos de conmoción interna y/o de calamidad pública. Aún es temprano para decirlo, pero el rastro de migajas de pan nos lleva hacia ese escenario. Estas próximas dos semanas serán claves en cómo se desarrollará esta emergencia de salud pública y sus consecuencias.

Está claro que una declaración de esta naturaleza no se puede hacer sin ton ni son. Las circunstancias nacionales deberían de ser tal magnitud que se haría necesario el recurrir a ello. Y, además, no es una declaración que se haga sin un plan de acción. Se podría, y solo como ejemplo y a sabiendas de que todos tienen derecho a estar o no de acuerdo, el considerar el recurrir a las reservas de Banco Central - más USD8.0 mil millones - para incentivar el crédito para la inversión y recuperación del sector privado, el Estado podría enfocar esfuerzos en aumentar la obra pública y vial para así generar empleo, declarar una amnistía fiscal o proponer un flat tax de un 13% o similar – incluyendo los combustibles - para no cerrar el ingreso de fondos al erario público, eliminar todo tipo de telarañas burocráticas – excepto algunas muy específicas del Ministerio de Salud por razones obvias - para agilizar el emprendedurismo y apoyar el sector privado y productivo nacional, congelar la planilla del Estado y, aprovechando la oportunidad, reorganizar y disminuir el supremamente oneroso gigantismo institucional que nos asfixia y, aunque parezca dantesco para algunos, declararnos en “default” ante nuestra deuda , principalmente la interna, por lo menos durante 1 o 2 años para así utilizar esos recursos (casi el 50% de nuestro presupuesto nacional) para invertir y recuperar nuestra economía y fortalecer nuestro sistema de salud pública. Por último, se haría imperativo fortalecer la seguridad ciudadana pues, y para nadie es un secreto que ante un estado crítico nacional, el caos y la anarquía social siempre van a aparecer.

Ciertamente se requiere de sacrificio, de responsabilidad, de compromiso y solidaridad de TODOS nosotros, incluyendo por supuesto, de nuestras autoridades políticas para prepararnos para una eventual situación de Estado de Emergencia. Es necesario concientizarnos de que la sobrevivencia de nuestro Estado de Derecho, de nuestra institucionalidad republicana y de nuestra democracia bien pueden estar ante un peligro inminente. Dios quiera que NUNCA tengamos que enfrentar una situación extrema como la que he descrito y que logremos superar estos aciagos momentos sin sufrir pérdidas dolorosas. Pero, a como se ven las pintas, este año va a ser muy duro. Por eso, y como bien dice el refrán, “es mejor prevenir que lamentar”.

Nuestra resilencia, nuestro indomable espíritu de conservación, nuestra inteligencia y nuestra determinación - en los momentos más oscuros - son nuestras más poderosas armas y nuestros más valiosos argumentos ante las exigencias de la historia.

Mis oraciones por nuestro país, por todos ustedes, por todos nuestros compatriotas y por toda la humanidad.


MARZO 20, 2020.

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